Si te cruzas con algún fantasma aquí adentro, simplemente ignóralo; pero si se pone fastidioso, recítale algún verso en voz alta, que con eso será suficiente... (Si te toman por loco, no es culpa mía.)

domingo, 10 de febrero de 2013

Luna de mármol


LUNA DE MÁRMOL


 Porque la vida del ser mortal está en su sangre,
y yo les di la sangre como un medio para rescatar 
su propia vida, cuando la ofrecen en el altar; pues
 la sangre ofrecida vale por la vida del que ofrece. 

                                                                          Levítico  17:11

     

Extraña condición de la mente la que permite, a veces, la supremacía de una idea por sobre todas las demás; de modo tal que termina transformándose en una lanza incandescente, que atraviesa el cerebro de lado a lado dejándolo inútil para transmitir otras imágenes u otras sensaciones. Tal es la naturaleza de la obsesión.
Las noches de luna y mi amada Stella: dos obras de arte conjuradas por un espíritu divino, a quien con esmero y sin pausa me  propuse emular. 
Esta conclusión se hilvana en mi pensamiento, ahora que comienzo a recordar que he sido víctima de una gran obsesión. Justo ahora, que al observar extático la noche contenida en un bello manto de estrellas, me reconozco en viejas imágenes, pintando infinitas noches de luna sobre un viejo lienzo o escribiendo rimas interminables y apasionadas inspiradas en Stella, mi gran amor.
   ¿Es acaso, este gran dolor que me dilacera el alma, este brutal desasosiego que me invade, producto de mi entrega total a ese amor sin límites?
   Todo esto pienso, mientras una de mis manos dibuja con fuerza un puño flameado de impotencia; la otra (que se sabe infamada) carga con el peso brutal de mi pasión. 
  
¡Oh amada, son tus ojos el negro espejo
 del sin reflejo y de la pasión!

¡Oh amada son tus cabellos evanescentes
 el manto de mi lujuria y mi fortaleza!
Imagino tu cuerpo, envidia de ángeles
contorsionarse en convulsión de amante
 ante el mutismo de las sombras
que acallan sin comprender tu magnificencia
 de hembra y de estandarte
de la perfección divina...

Y un latido retumba en tu pecho
 tapizado de rosas pálidas
forzando a una lágrima infinita
 a rodar errante por mi rostro
que no logra dibujar tu silueta
 en su tenue recorrido
de mundos circulares e invertidos
  y multiformes...

  Sin duda, pienso, nuestra sospecha de Dios es de índole estética: la belleza de la noche, la luz de una luna de mármol reflejada en el espíritu milenario de un bosque, de una planicie o de un desierto, son claros ejemplos de esa naturaleza pretérita que refleja -o que parece reflejar-  a la divinidad.
  Pero en tanto nos sumergimos en la dimensión de lo humano, pronto aparecen el sufrimiento, la desdicha, la incomprensión, la traición. Y surgen así nuestros interminables calvarios, y por toda respuesta encontramos al final del camino, el silencio o la ausencia.

¡No ha podido un solo dios construir
 tus infinitas virtudes y complejidades!
Sólo una danza de infinitos dioses
 pudo haber enlazado tus curvas
 y tus labios y tus ojos y tu pelo y tu sombra
Y como una alfombra,
  de sordos pétalos 
de un millar de rosas entretejieron incansables
 los dioses tu efímero tul
para lograr tapizarte con esa piel embriagadora...

  Recuerdo que ese día (¿fue hoy?) no respeté horarios prefijados. Más me hubiese valido respetarlos. Atravesé el jardín, sin ruido y sin sombra. Abrí lentamente la puerta vaivén para que la llave, de un giro, traspasara la puerta principal. Subí las escaleras. Aún escucho los ecos del leve crujir de los escalones, y de ciertos jadeos sordos e inmundos provenientes del dormitorio.
  No fui sospechado. Los observé atónito desde la oscuridad ficticia levantada por una ochava de pared. Todavía veo a Stella, a mi amada Stella, enlazada en los brazos de su amante. Humedades, pelos y perfiles jadeantes reconstruyen, una y otra vez, la escena en mi cabeza, sin piedad.
  Los dejé concluir con su infamia. Me mantuve oculto un largo rato; entonces el hombre se vistió y, como quien ha conquistado un trofeo o cumplido con una misión impúdica, se retiró portando una sonrisa suficiente, que sospeché maliciosa, cruel. Dejé que se marchara: decreté su inocencia. No era culpable por sucumbir ante la belleza de Stella. En cambio, ¿qué decir de mi amada?

  Entré al cuarto. Con sorpresa y, acaso invadida por la vergüenza que despierta una traición desnuda, Stella se sobresaltó.
   —Hola, amor mío —le dije, en tono afable—, ¿cómo estás?
  Ella quiso hablarme, pero lo intentó sin voz. O con una voz ahogada. Un par de  hermosos ojos se le escapaban de sus órbitas.
   —No te avergüences, amor, tal vez… —hice una pausa deliberada— ya sea tarde para eso.
  Me senté a su lado. Le acaricié el rostro con una lentitud sacrificial. Sus bellos ojos se apaciguaban, y lentamente también trocaban en brillo. Todo transcurría en cámara lenta.
   Sus hermosos ojos, ya envueltos en la penumbra, me obligaron a confesar:
  —Tantos poemas les he escrito —dije, mientras los circundaba con mis dedos—, y también a tus cabellos, y a tus manos... —Tomé sus manos fuertemente entre las mías—. Ven conmigo —le imploré.
 La conduje hacia la ventana. La noche ya caía o nacía, y dibujaba la luna a través de los vidrios. En ellos, refulgía con más fuerza.
   —Es la noche una gran artista —murmuré—, y es la luna su obra sublime.
  Silencio. Profundo silencio.
   —La luna es casi tan bella como tus ojos —advertí, haciendo otra pausa—. Si los ojos son el espejo del alma, la luna es el espejo del alma de Dios.
Stella temblaba. Comenzó a sollozar, advirtiendo o presintiendo el hecho innegable de que una gran calma precede y anuncia una gran tormenta.
   La atraje hacia mí y la abracé con fuerza.
   —¿Será que al amar tanto a la luna también te he sido infiel? —dije con ironía y, seguramente, con un  rostro sombrío y transfigurado—.  Ambas son mi obsesión —concluí. —Estas últimas palabras resonaron afiladas.
  
¡Tus ojos y la noche,
tus cabellos y la luna,
las sombras y la sangre: lunas de sangre,
ojos traicioneros, perra diabólica, oh amor mío!

   —Es bello mi poema, ¿no crees? ¿No lo crees? ...—la interrogué, acelerando y aumentando cada vez más el tono rugiente de mis palabras—. Tú y la luna, tus ojos y la noche, tus cabellos y la sombra. La traición y la sangre. Infinitas combinaciones. Infinitos amores: infinitas traiciones.

  Entonces me pareció, al observar la luna, de soslayo, que cobraba vida; es decir, que su rostro de piedra o de mármol me miraba con odio, con furia, y que esa fuerza inmanente en mi perla redonda y amada, nacía en mí y me obligaba a dejar escapar, de una vez, mis propios odios. Abyecto, sentí calor: el de un fuego provocado por los celos de su perfecta redondez nocturna.

 Es como una pesadilla diabólica y aberrante
el querer abrazarte cuando veo tu cuerpo
incendiarse entre mis manos...
Y pierdo tu piel y pierdo tu rostro y tu pelo...
¡Y tus ojos, tus brillantes y redondos ojos!


  En verdad la noche es maravillosa. La luna, en incendio concéntrico, flamea sobre un pedazo de cielo, mientras las pezuñas del silencio la afantasman aún más.
  Brillan estrellas, que son testigos, de mi dolor y mi desdicha. El jardín, rodeado de árboles frondosos, intenta contener en imágenes, que se desdibujan, los recuerdos y las risas y las complicidades de un  amor que fue y que, acaso, ya no será.

 Por amor la maté,
 no sin antes hacerla sufrir.
 Por amor le abrí las entrañas.
 Por amor me bañe con su sangre,
 en orgía satánica y brutal,
 para purificarme y para purificarla.
 Para que a través del sufrimiento,
 en vano juego ilusorio,
 alcanzáramos la eternidad....
 Como un artista fatal le dibujé el pecho:
 una vieja daga,
construida con la herrumbre de lunares dioses incendiados
 fue el instrumento sagrado. 
(Versan ciertas religiones de la antigüedad
 sobre el alma contenida en la sangre.)
 Yo quería poseer su alma.
Y no habiendo podido ser el único,
 quise ser el último...

Y todo es dolor, y llamas, y llantos
Y cuchillos, y entrañas y sangre...
Y amor de cuerpos amantes...
Seré el último en hacerte el amor.
Aunque estés inmóvil o mutilada o fría...
Danzando entre tus entrañas, mi bella mujer lunar,
por última vez, serás mía...

   Sin duda,  los dioses se intuyen mejor en la unión de los amantes. Sin duda, los dioses se intuyen mejor en la inmovilidad de la noche. Y oigo grillos cortesanos a lo lejos. Y el silbido de un viento leve rozándome la cara. Y observo mis pies: un lento escarabajo -como un gladiador furtivo- se abre paso entre la tierra removida, sin sospechar (ya que los insectos forman parte de ese maravilloso y selecto mundo de los seres inmortales, de los que no sospechan la muerte; de los que viven en la eternidad del instante, sin tiempo) que  a un metro de distancia y de tierra y de lombrices se halla el cadáver, aún tibio, de mi amada.

   Por último, la luna de mármol dibuja el perfil del rostro de mi amada, pues, como un trofeo, su cabeza mutilada cuelga de sus hermosos cabellos, atrapados violentamente entre mis dedos; y dada la belleza estética de los dioses, las cuencas de sus ojos aún los contienen, hermosos y letales.

¡Oh amada, son tus ojos el negro espejo
 del sin reflejo y de la pasión!...


                                                                                         César Augusto Pacheco 




3 comentarios:

  1. Qué intensidad y qué ternura a la vez hay en tus palabras, César..se nota que estan escritas con el pulso de un sentir.

    Sí, sin duda también yo me enamoro de ellas.

    Me quedo por aquí..

    Besito

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  2. La belleza marcado en fuego robada del mismo olimpo siempre es de sospechar que solo traerá consigo, después del amor a la carne, la desdicha de la traición y el dolor de la muerte confinándonos al olvido.
    La belleza que reluce en los ojos, moldea su rostro y da contorno a su figura solo encubre a un alma macabra si no reluce antes su dotes de sabio ser y dulce ternura de mujer

    Un Saludo Desde Desde el Fin Del Mundo.

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  3. [...] ese maravilloso y selecto mundo de los seres inmortales, de los que no sospechan la muerte; de los que viven en la eternidad del instante, sin tiempo[...]
    Me gustó encontrarlo.
    Todo está dicho ya sobre este temperamental cuento. El juego de naturalezas increíble. Por la misma razón que se anestesia la mente con la obsesión se destruye lo que se ama y se comprende único. Terrible.
    Precioso.
    Un fuerte abrazo

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