Si te cruzas con algún fantasma aquí adentro, simplemente ignóralo; pero si se pone fastidioso, recítale algún verso en voz alta, que con eso será suficiente... (Si te toman por loco, no es culpa mía.)

sábado, 24 de septiembre de 2011

Campanas de otoño


Campanas de otoño

Primer momento:

El tañido de una campana
dibuja sobre un templo
amarrado a un horizonte marino
la música de horas pasadas,
y entonces, a la vez escucho
el tono de tu risa devenida carcajada,
elixir de aquella tarde tan distante,
sinfonía y sustancia
de un recuerdo imborrable.

El deseo pervive,
trasciende los almanaques,
subyuga los anaqueles de mi memoria
brotando de la fuente invencible
del amor.

Como el mágico zoom
de una cámara forjadora de
ensueños
el campanario se acerca.
El paisaje, otrora distante,
y las gaviotas,
y los árboles que protegen
la costa del mar giran en torno a mí.
Y de pronto te vislumbro,
primero afantasmada,
luego tan real…

Y puedo ver
(puedo sentir)
el contorno de tus finos labios
entrelazados a los míos
en íntimas horas
de pasión y de locura.

Y puedo ver
(puedo sentir)
la reliquia oculta
detrás de tus párpados caídos
derribados por un éxtasis gimiente
hacedor de latidos y temblores.
Y hay jadeos y hay saliva
y locura
de cuerpos amarrados por las olas
y por la arena.

Que la hojarasca cese en su caída
que se adormezcan las olas
que el tiempo se distraiga
en un tictac de agujas impostoras.
Que se deshilvanen los
pasos indestructibles del olvido.

Y entonces ocurre algo mágico:
te siento y me siento
en una continuidad invencible
de quietud y de zozobra.
Sólo nuestro viejo y eterno amor
nos contiene y nos rodea.

Las hojas ya no caen,
el viento ya no sopla,
el mar ya no habla,
la campana frena en su afán pertinaz
de tañidos y vaivén.
Ese mismo vaivén
que deja huérfano al metal
y se apodera del paisaje.
Todo oscila entonces y
como si estuviésemos cayendo,
como si interminablemente cayésemos
a la par de esas láminas de nervadura
hijas del otoño.

Ya no importa la quietud
ya no importa el silencio
si estamos juntos.
Nada importa, si el mar nos rodea
y estamos juntos. 1


Segundo momento:

Al borde de un barranco,
rodeado de árboles,
un hombre solo
desecha una fotografía al mar.
La imagen revela en su caída
una copia del barranco.
Junto al barranco
una vieja iglesia (que ya no existe).
Algo más atrás,
rodeados de árboles
flanqueados por el océano,
el hombre y su amada sonríen
en un momento de eterna felicidad.

No sabe (no tiene por qué saberlo)
que en la magia contenida en la imagen
perviven, eternamente,
la pasión y felicidad de aquel lejano instante.

En noches de luna otoñal,
cuando las olas acarician la arena
y el viento arrulla los árboles,
(dicen), se puede escuchar
el tañido de una campana.


Tercer momento:

Al borde de un barranco,
rodeado de árboles,
un hombre solo
no sabe (no tiene por qué saberlo)
que acaso toda su vida
forme parte de alguna otra fotografía.
Quizá tampoco sepa,
que detrás de él,
pisando sobre las hojas marchitas,
unos pasos se acercan…
Quizá no sepa
(quizá nadie sepa)
que otras eternidades
habrán de ser retratadas.



                                                  Desde las catacumbas de mi alma, con amor.... Rashek.


1 ¿Fotografía cayendo al mar?