En el vasto juego de la
eternidad
los ínfimos momentos de
felicidad humana
conforman nuestro
paraíso;
son la expresión más
acabada y palpable
de la existencia
probable
de nuestros dioses
añorados...
Acaso lo único que,
al eliminar todo
prejuicio o toda creencia,
nos acerca la brutal
esperanza
de que nuestras vidas
han sido forjadas
por alguna causa
divina...
Los sueños son,
en la vastedad de
nuestros universos inconscientes,
el material en el que
se forjan pequeños vidas
y pequeñas muertes.
Unas necesitan
inexorablemente de las otras
para existir...
morir al soñar...
resucitar al
despertar...
Un mismo e íntimo acto.
Pues no hay
resurrección sin muerte
como tampoco hay muerte
sin resurrección.
Todo es ilusión de
tiempo.
Una utopía que en el
vasto juego de la eternidad
se diluirá
inexorablemente.
¿Cómo valorar lo que
existirá por siempre?
¿Cómo amar lo que jamás
morirá?
Es la muerte,
son los sueños utópicos
de eternidad,
lo que nos hace
humanos,
lo que nos hace amar.
Es la muerte en sí
misma, una prueba de amor.
Es la mismísima muerte
de Dios
en el camino de la
eternidad,
en la que se encuentra
el sentido de este Universo.
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