Si te cruzas con algún fantasma aquí adentro, simplemente ignóralo; pero si se pone fastidioso, recítale algún verso en voz alta, que con eso será suficiente... (Si te toman por loco, no es culpa mía.)

jueves, 12 de noviembre de 2015

El desquiciado amor de un pez-pájaro


Porque cuando amas a una mujer toda tu vida se desborda de sueños; se mitigan tus padeceres, se diluyen tus sombras y tus lágrimas. Porque cuando la ves sonreír, los cauces de tus ríos interiores estallan, y peces multicolores nadan, y aletean, o vuelan como pájaros escamados, peces-pájaro, peces voladores, pájaros marinos surcando las olas de una esperanza inconmensurable –y acaso irracional, como todo amor- que habita en el cielo acuoso de tu sangre.
 Nadas, entonces, dentro de ti mismo y hacia ti mismo, nadas hacia el fondo de tu alma, como un pez, o como un pájaro insomne de impermeables alas, repechando latidos estentóreos -pero no fútiles-, y navegas, y buceas: vas en su búsqueda. Ella está allí, en el centro de tu alma. Entonces, la abrazas, y al abrazarla te salvas. Ya no te sientes solo (acaso ya nunca estés solo).
 Un amor desbordado de anémonas  violáceas te rodea, te contiene, te arrulla en sus fauces. Y la amas, tanto la amas… Sabes que aunque alguna vez ella decida recorrer otros caminos, su imagen, su perfil, su piel, su mirada, su respiración habitará en ti de un modo tan real como tu propia sangre; te acompañará por siempre. Capturada en tus sueños, será tu musa, tu princesa; será el verbo exacto de tus versos. A su vez, esa imagen tan tuya, fundida a la mismidad de tu amada, se conectará con su alma, y así, su corazón sentirá, con cada amanecer, con cada estrella, con cada aroma, la fuerza demoledora de tu amor... Tampoco ella volverá a estar sola, nunca jamás.  
Disfruta, y por qué no, padécete sin miedo de este amor. Gózalo en tu recóndita intimidad -arreciada de luz y de risas-. Gózalo, además, con tus lágrimas, gózalo en sus ausencias irreales. Sé feliz, sé brutal en cuanto a tus miedos; no les permitas vencer.
Acércate a un precipicio temerario y arrójate, despéñate, húndete, bucea…
Transfórmate en pez-pájaro, vuela… Ve hacia ella… Que ella te sienta llegar; recuéstate en su pecho, anídala. Bríndale toda tu gratitud, agasájala. Ámala sin más, ámala sin pedirle garantías ni retribuciones.
Dile que la amas, díselo con tu sangre, con tu mirada, con tus besos. Sé uno con ella. Luego, dale libertad. Que ella, sin duda, aunque los vientos tormentosos de las circunstancias la alejen, tarde o temprano, habrá de regresar a ti.