En plena madrugada, el insomnio acalló mis temores más sombríos; arduamente recorrí callejas ciegas, innombrables. El tiempo se bifurcaba hacia lo pretérito y viscoso. Me levanté de mi cama y, con los brazos en alto, tenue, asido a la gloria del anonimato -cuya sustancia está forjada con la aniquilación de la otredad-, me sentí un dios en medio de un océano de silencio y de vacío. Descubrí la nada del mundo antes del Ser. Luego, vi otros soles de otros mundos forjándose. Vi el parir de miles de estrellas y un reloj que en su plena eternidad giraba a contramano… Su tic tac retumbaba por los incontables universos, cada vez más fuerte, más fuerte…
Más fuerte…
Desperté.
O quizá no.
Quién sabe.