I
Todas las noches,
desde mi primera noche de encierro en aquel sombrío calabozo, Lilith me
alcanzaba la comida. Tal era el nombre que creí escuchar de sus labios
carmesíes, cuando al fin, en una de sus consabidas visitas nocturnas, me animé
a preguntarle quién era ella. Lilith, me había dicho en tono muy bajo, para
luego darse media vuelta y retirarse sin hacer el más mínimo ruido.
Así, los días de mi confinamiento, como víctimas
aletargadas de un reloj herrumbrado o artrítico pasaban
con funesta lentitud.
A la vez, como era de esperar, mis esperanzas de libertad iban diluyéndose en
un aciago oprobio. Lilith pasó a ser, de ese modo, mi único, y diría, extraño contacto
con el mundo.
Irreductible el
pánico al encierro. Irreductible la humedad y el silencio que rodeaba los
barrotes y las paredes de mi forzosa estancia. Irreductible el llanto de un
hombre que sabe de antemano que no habrá de recibir socorro alguno.
II
Esa noche, Lilith
había dejado el magro plato de comida no sin antes mirarme fijamente; tan
profunda e inquietante había sido esa mirada… Sin temor a equivocarme, escuché
el sonido de su voz a través de sus párpados azulados. Incluso, el sonido de sus
palabras parecía provenir desde más allá de sus párpados y de sus férreas
pupilas. Como si desde una profundísima distancia alojada en alguna zona de su
alma, Lilith me hubiese hablado sin siquiera mover sus labios para instruirme u
ordenarme una hazaña imposible.
III
Sueños extraños,
pesadillas innombrables, acaso producto de mi encierro brutal, se habían
sucedido noche tras noche sin darle tregua a mi mente febril. Los dolores
indecibles, los jadeos, el ardor en mi pecho… Entonces, comprendí –o creí
comprender- que aquel suceso extravagante, la escucha de la voz de Lilith a
través de su mirada extática, esa orden intraducible, esa especie de pedido de
socorro proveniente desde la bóveda de su corazón –porque con posterioridad
tuve la descabellada idea que de eso se trataba su comunicación-, también había
sido un sueño de pesadilla.
IV
Debajo del plato de
comida encontré la llave de mi celda. Al abrir la puerta, demasiado jadeante y
tembloroso, entendí que Lilith estaba esperándome.
Ella, acto seguido, tomándome de las manos me
condujo a otra estancia; una especie de habitación semicircular, más oscura y
más húmeda -y quizá más terrible- de lo que había sido el lugar de mi encierro. Caminando con decisión se dirigió hacia un rincón de la
habitación. Luego, abrió un oscuro cofre, de
apariencia oblonga, que se hallaba sobre una especie de taburete. De su
interior extrajo una daga. La puso en mis manos:
-Te ayudé a escapar
–me dijo-. Ahora es tu turno de ayudarme.
Tomé la daga con
furia y con espanto… Demencialmente, lo entendí todo.
Cumplí con mi
deuda.
V
Arremetí, vehemente, contra el pecho de mi
víctima. Le atravesé el corazón.
Recuerdo que la
tapa de aquella inmensa caja había caído con estrépito contra el suelo de
piedra.
VI
Me casé con Lilith.
Somos felices en nuestra morada. Sin embargo, ella dice que es imposible
mantenerse fiel durante tanto tiempo, que deberé dejarla –si es que puedo,
aclara- antes de que la rutina la lleve a hacer algo que no querría hacer
conmigo.
Cuando me dice
estas cosas sonrío y me toco el pecho. Quizá para recordar el ardor primigenio,
aquel escozor sutil pero excitante, terrible pero libidinoso, cuando los
dientes filosos de Lilith me transformaron en lo que soy.
(Maté a su exesposo con una daga. Quién sabe qué instrumento le entregará a su futuro amante
para darme muerte cuando llegue el momento. Porque me tiene hechizado y lo
sabe… ¿Tendré escapatoria?)
Es verdad. Quizá el
camino de la eternidad sea un trecho demasiado extenso para mantenerse fiel. Y
dado que las leyes de nuestra secta versan acerca de la imposibilidad de la
poligamia…
No me quedará otro
camino que escapar a tiempo… Pero Lilith
es tan hermosa…
Por lo pronto, sellaré
los calabozos del sótano esta misma noche.
FIN