Si te cruzas con algún fantasma aquí adentro, simplemente ignóralo; pero si se pone fastidioso, recítale algún verso en voz alta, que con eso será suficiente... (Si te toman por loco, no es culpa mía.)

jueves, 1 de agosto de 2013

Al fin el visitante.


Al fin, el visitante.


Un incipiente sol recrudece sobre las espaldas del hombre. El desierto se expande con insolencia. A su alrededor lo abruman ambos, sol y desierto,  mofándose de su sed. Pero, mientras su camello rebuzna a pasos cansados, el horizonte dibuja ya algunas tiendas bajas. Los oblicuos rayos marcan las cinco de la tarde cuando el visitante, al fin, llega al poblado. A su derecha, una mujer de ojos azules lo observa expectante; ella piensa, con felicidad, que su hombre ha llegado. Horas después, despojados de sus ropas y cubiertos de noche, hacen el amor incansablemente. Las mieles del sexo jamás habían sido tan pasionales —tan brutales—, piensa ella, extenuada por la rudeza viril de su compañero. Siente profundamente —sin dudarlo— que el desierto ha acrecentado la lujuria del hombre —y algunas otras cosas.
A la mañana siguiente, el visitante ha dejado el lugar.
Sabrán ustedes que esa misma mañana, antes del mediodía, su hombre (tan parecido al visitante…), al fin, llega al poblado. Ella, algo confundida —o no— le sonríe.


                                                                                                 César Augusto Pacheco




La bella musica de Loorena McKennitt me dictó esta microficción: