Si te cruzas con algún fantasma aquí adentro, simplemente ignóralo; pero si se pone fastidioso, recítale algún verso en voz alta, que con eso será suficiente... (Si te toman por loco, no es culpa mía.)

miércoles, 27 de marzo de 2013

Confidente





Hoy no, le dice a aquel que yace silente como un muerto pero lo escucha. Luego, gira la cabeza y observa por la ventana. Afuera unos niños corren entre barullos y bocinas. Juegan a la mancha. Mancha. Roja. Única. Definitiva. Se  toca el pecho. Tic-tac, tic-tac, tic-tac. Latidos. Sístoles y diástoles. Tiempo… Hoy no…, balbucea. Se abre un cajón del escritorio. Toma a su frío confidente entre las manos. Lo acaricia...
Se cierra un cajón.



                                                                                                         César A. Pacheco



jueves, 21 de marzo de 2013

En el precipicio






  Lentos pasos escalan una saliente inclinada. Una lejana montaña asciende dueña del horizonte, quiebra la tierra al ser proyectada en los ojos del hombre, fastuoso juego visual inyectado en su decidido acercamiento al precipicio. El hombre se abalanza hacia el borde donde la tierra acaba;  su cuello se inclina, sus ojos polvorientos golpean contra la tierra hundida en su propio infinito, en su matriz; observan la sangre de árboles lejanos,  penitentes amigos del silencio, cómplices del viento. Adelante, aguas que lamen montañas. El hombre de los lentos pasos clava sus pies en la tierra: sus ojos se estrellan en el horizonte, se cierran.  Siente que la montaña inalcanzable lo llama, que el viento pronuncia su nombre. Brevemente piensa en su familia, en sus pequeños hijos. Un viento temible que imita voces, carcajadas de niños. Se burla de él, de sus miedos. Duda el hombre en su quietud, en la oscuridad de sus párpados, en su precaria pequeñez. Pero la montaña y el infinito y el precipicio lo llaman. Le gritan. Cruje una naturaleza incontenible que acalla voces y  risas. Sus  párpados se abren. Inspira. Reza. Va a saltar. Va a caer. Lo sabe. Lo siente. Lo desea. Retrocede con decisión, como poseído o demente, para darse impulso, para que los filosos bordes del despeñadero no descosan su carne demasiado rápido: es preferible golpear contra las copas de los árboles o contra la mismísima planicie. Es preferible que su impacto sea letal. 
  Acelera un ritual preparatorio. Balbucea mínimas plegarias, se persigna. Aprieta los puños. El hombre de los lentos pasos corre a zambullirse en el vacío. Mientras su vista se sacude a zancadas, vuelve a pensar fugazmente en sus hijos. Pensamiento inconcluso. A sus pies se los traga el viento.

  Gritos diluyéndose hacia abajo. Hacia las entrañas de la tierra.  Ojos con lágrimas. 

 Resuenan ecos desesperados que se alejan excesivamente rápido. Se arrepiente: «Demasiado tarde», piensa. Precarios vuelven sus recuerdos, mientras atraviesa la línea recta dibujada por un pájaro… 

   Ahora sueña…

  Lo arrulla un viento con manos que lo impulsan, que invierten su destino. De pronto, el hombre que sueña acompaña el vuelo ascendente de las aves. El viento, que ya no se burla, lo eleva: abraza un arnés que abraza al hombre, que abraza  unas mágicas alas de tela triangular. 

   Vuela majestuoso, vuela imparable, vuela incontenible…

  Deslizándose por sobre las aguas, rumbea hacia la ladera de la gran montaña. Respiración insondable. Una tropilla de caballos define sus latidos. Su fe acaricia la gran montaña. «Sabíamos que podías hacerlo», le balbucean la piedra, la tierra, el cielo y los pájaros. 

 Su primer salto en soledad no ha sido un sueño: ha sido, simplemente, temerario y maravilloso. 

  Como la vida misma.-


                                                                                             César Augusto Pacheco


Adjunto el audio del cuento para quien quiera escucharlo:


lunes, 18 de marzo de 2013

Oye tú, noche...



Oye tú, noche… mírala como baila…
Observa el danzar de sus caderas…
Son lentos sus vaivenes,  sinuosos sus sueños…
Un acariciar de ángeles escapados del paraíso...
(Ellos, los ángeles, le cuentan vergonzosos al oído,
 que desertaron
cuando oyeron a los ecos de la tierra poderosa
derretirse bajo sus pies de porcelana…)

¿No son como campanas danzando
 y amándose en las tinieblas?

Mira a esos ángeles impudentes,
cómo la enamoran…

Oye tú, noche, escúchala cantar…
¿No son como gemidos, su canto?
¿No es imparable tú deseo de arrullarla en tus fauces?
¿Qué dices? ¿Que has de robársela a los ángeles?
Estás celosa de ti misma, noche.
Eres tú y sólo tú, la dueña y señora
de esos infaustos querubines,
y de sus actos de impudicia…

Oye tú, noche, mírala arrojar su vestido
de negro satén.
Observa el color de su piel desnuda.
No tapes a tus ojos con estrellas,
¡Brilla en tu deseo, oh noche,
en tu oscuridad de lejanos planetas!

Haz que canten tus grillos,
que brille tu luna incontenible.
Abraza a la doncella danzante,
haz a un lado a los ángeles,
acaríciala tú,
ámala tú,
pues es a ti, delante de tu espejo
a quien esa doncella desea…

¿Quieres que te cuente un secreto?

Esa doncella eres tú, oh noche
reflejada en tu soledad,
sólo vestida
con la danza del deseo.


                        Desde las catacumbas de mi alma, con amor, Rashek


Adjunto el audio del poema para quien quiera escucharlo:


jueves, 14 de marzo de 2013

Amor filial



Golpeabas, golpeabas, golpeabas… Me recordaste a Marita cuando niña ¿te acuerdas papá?  Que se la agarraba a las patadas con las puertas, que chillaba como loca hasta que mamá de un bofetón le daba vuelta la cara…  Largas noches de vigilia y catástrofe en las que tú volvías borracho como una cuba y sin embargo la terca de mi hermana que al verte llegar se le dibujaba una gran sonrisa, aguardándote como al gran amor de su vida, como a ese gran hombre que nunca fuiste… Si eras el único al que Marita le hacía caso sin chistar. Le forjaste un alma masoquista a la pobre; ella –que era tu preferida- siempre te esperaba… Aunque la maltratases, la abofetearas, y todas esas cosas que años después yo supe  que tú le hacías al entrar a hurtadillas a su cuarto y que mamá se hacía la desentendida y que la gran familia perfecta y que las apariencias y todas esas patrañas. ¿Te acuerdas, papá? Yo todavía me acuerdo, cómo no recordarlo…
 Y sí, papá, recuerdo también cuando yo, cansado de todo aquello, cansado de tus pánicas borracheras, de la boca como fresa aplastada de mamá, de los moretones en las piernas avergonzadas de mi hermana y de mis ojos en compota y de mi espalda purulenta fraguada por la cola de ese dragón envilecido que sujetaba tus pantalones, decidí al fin darte ese golpe con la pala que hizo que te desmayes y que sangraras como un volcán y aprovechando que mamá y Marita se habían ido a dormir temprano te arrastré hasta el jardín y te metí con mucho esfuerzo en ese viejo y grande cajón para herramientas con alma de ataúd y entonces te tiré en ese foso bien profundo que cavé durante varios días en secreto y que camuflé con macetas y con las ramas del árbol ese con el que armabas los chicotes con los que me sangrabas las piernas hasta que yo retorcido en llantos te pedía por favor papá… Y tú que despertaste allá abajo y golpeabas, golpeabas, golpeabas… como si alguien fuera a oírte y Marita que sí te oyó y que agarró el revólver y que yo ya no oí más nada porque pese a todo ella te quería… ¿Te acuerdas papá?...


                                                                                                  César Augusto Pacheco




* La foto pertenece a Teresa Encinar y fue extraída de:
  http://www.flickr.com/photos/-teresaencinar-/4460967862/

*El título original de esta microficción era "Señalamientos". De ahí parte el abuso -intencional- de la reiteración de los pronombres demostrativos. He sospechado que al rencor le fascinan los señalamientos. Por ello sabrán disculpar la decisión de abusar de tan extenuante recurso. El texto, rebelde a las culpas, sólo me permitió cambiar el título. 



domingo, 10 de marzo de 2013

De crines y relinchos




¿Cómo explicarte mujer el oscuro vibrar de mi deseo
o el infatigable e ígneo latir de venas abrazando
el dolor y la felonía de mis manos
cuando al observar inmóvil tu rostro claro
se contorsionan como pétreas ganzúas de mármol?

Estallan hacia adentro mis fantasmas
tratando de contener aquello
tan hondo
tan animal,
tan iracundo
que de escurrirse, acabaría matándome…

¿Cómo explicarte mujer el oscuro vibrar de mi deseo
o la vertical blasfemia de mis dientes
cuando al observar el manto de oro
que desborda  tus cabellos
se forja una fuerza de amor incontenible
que disloca mi mandíbula
víctima del asombro y el silencio
de dientes mudos
dientes diezmados de vacío
por no poder gritarle al mundo:
¡Cuánto te deseo! ?

Estallan sinrazones, que como ríos de sangre
(como el ancho río que nos divide)
me separan de ti, de tus ojos
de tu piel de porcelana.
Tú conoces al blasfemo penitente:
sabes que sus aguas
son cruenta muralla horizontal.
Hay peces fantasmas con rostro de hueso
o sirenas de espanto
tejidas con escamas de firme envidia.
¿Acaso la desidia de un oscuro dios les ruega separarnos?
¿Podrá zarpar el barco de mi esperanza?
¡Tiempo glorioso sería escapar hacía ti!

¿Cómo explicarte mujer el oscuro vibrar de mi deseo
o la avaricia de mis párpados al no querer cerrarse
cuando al observar tu cuello de cristal y negra piedra
incitaron a mis labios a dibujar impertinentes
el interminable contorno de tus ojos y tu boca,
lúbrica violeta sanguínea?

¿Cómo explicarte mujer el oscuro vibrar de mi deseo
o la avaricia de mis párpados al no querer cerrarse
cuando al observar tu cuello de cristal y negra piedra
incitaron a mis sueños a atravesar impertinentes
el interminable río, blasfemo penitente?

Esa onírica noche, por ti
sobrevolé la cruenta muralla horizontal
asesiné la envidia de las sirenas.
Convocando a mis demonios
vencí por sobre la desidia de los dioses
desarmé peces con rostro de hueso.

Victorioso llegué a tus costas,
entré por la ventana abierta de tu sueños
(sueños de mi sueño)
y hacia tu propio infinito me hundí
implacable.

Besar y seguir besando
hacia abajo
Hacia el poblado infinito de tus pechos
Para recorrerlos, diezmarlos
 morderlos sin piedad
sentir tu llanto
y seguir marchando indolente
blasfemo, procaz.

Dilacerarte el alma a besos
enterrar mi alma en la tuya
muy adentro
rozar las mismísimas murallas del deseo
derribarlo con la tropa incontenible
de los caballos alados de mi alma
aniquilar la muda curva de tu vientre.

Entonces te inundé de crines y relinchos
mientras tus dientes lanzados en mi pecho
se tiñeron con mi sangre.

Corazones estallando.
 Duendes riendo.

***

Entonces, todavía soñando
miro tus cansados ojos
y  te pregunto:
¿No eras tú la que aquella noche
atravesó los cristales de mi alma?


                      Desde las catacumbas de mi alma, Rashek



jueves, 7 de marzo de 2013

Literatura voraz





  Sabes, profundamente sabes, que al otro lado de la ventana ella te espera.
  Y lo que también sabes es que su cuerpo es de color plata o bronce, que a su sonrisa la avalan unos dientes de rubí afilado, y que sus cabellos son negros como negro es el cielo que la cobija. Te impregna, a medida que desesperas, el olor de su piel, volva de seda que cubre unas caderas agresivas o curvilíneos pechos de piedra. Entonces oyes los ecos sombríos de su respiración: ella acompaña el retumbar de tu deseo. Intuyes, sabiamente, que alguna noche no podrás evitar lo inevitable, que la silueta voluptuosa que te incita a soñar extrañas pesadillas, la sombra que aguarda,  te atrapará en su pérfido juego de hembra voraz, sólo para canibalizar tu corazón, para extirparte el alma en estentóreo goce animal, para calmar su apetito. Entonces, te arremangas y escribes un texto -este texto-, para que tu literatura te salve o, acaso, extienda un sospechado final. Acompaña a esta última palabra un sonido que es como un batir de alas alejándose…  Crees, por un momento, que escribir te ha ayudado esta noche. Lo que no entiendes es que tu literatura es la que vocifera su nombre, son tus palabras las que juegan con tus nervios. Que no es espanto, es creación, entrega. Y que esa entrega (tu arte), al articular un confuso verbo, un mínimo adjetivo o un certero sustantivo, puede arrojarte en sus fauces… Fauces, mortalmente,  la ha cautivado…  Te agazapas: estallan los cristales de tu ventana…



                                                                                        César Augusto Pacheco




   Adjunto el audio del cuento para quien guste escucharlo:

lunes, 4 de marzo de 2013

Lágrimas




Una oscura herrumbre de cruda noche
dibuja quejumbrosa en tu rostro pálido
una catarata, motín de universo válido,
alma del rencor, rescoldo del reproche.

Fantasma traslúcido de pretérita reyerta,
surca la osadía de tu ahora triste mueca,
raíz del árbol que insidiosa y vil ahueca
tu osamenta pegajosa, esperanza muerta.

En las lentas heridas de tus sombras se dilata,
la insidiosa carcoma de espantos y de odios,
que como ángeles de tu infierno son custodios
del poblado cristalino que en tus llagas se desata.

Mínimas lagunas de hueco y  largo hastío,
ennegrecida armadura de su retazo doloroso,
miedos que avasallan a un mundo tenebroso,
de lentos estertores escapando hacía el vacío.



                                                 Desde las catacumbas de mi alma, con amor, Rashek  




Adjunto el audio del poema recitado por mi, para quien guste escucharlo:



viernes, 1 de marzo de 2013

De ucronías, semidioses y muñecas




1 – “Ucronizando” una escena:


  Mientras Pegaso galopa, su madre, Medusa, que con sus lentos goterones de sangre acaba de forjarlo, lo monta con la cabeza girada, algo descoyuntada por el estentóreo vaivén y por el fallido movimiento de la hoz de Perseo. Se conducen hacia un precipicio interminable. El grito de un gigante los detiene. Es Crisaor, quien, también forjado por la estela sanguinolenta de su madre,  corre tras de su hermano y lo embiste torpemente. Pegaso que se desploma. Medusa de bruces contra las rocas. Cayendo por el precipicio, una cabeza con cabellos de serpiente que va a parar en las manos de Perseo, quien a partir de aquí, continúa con la historia relatada en los libros…




2 – “Focalizando” la escena anterior: 


  Mientras un caballo alado galopa, una doncella con la cabeza girada, algo descoyuntada por el estentóreo vaivén, lo conduce hacia un precipicio interminable. El grito de un gigante avisa que la travesía llegó a su fin. Caballo que se desploma, doncella de bruces contra las rocas. No hacen más ruido que el de una nube golpeando contra un celofán…
 Una niña que acude a levantar a su padre luego de que éste tropezase con la cama y le tirara los juguetes al diablo...



Materiales y actores necesarios para recrear este divague literario:


-Un caballito de goma (preferentemente con alas).
-Una muñeca (preferentemente con el cuello roto o salido).
-Una superficie lisa, por ejemplo: una cama –sirve a la vez de precipicio y  de trampa para  padres algo torpes.
-Una hija / hijo titiritero.
-Un padre que venga a interrumpir el juego, ya sabemos como (hace las veces de gigante, y por casualidad, dada la posición de la caída, de la mano de Perseo).  
-Algún / algunos libros de mitología y una importante dosis de delirio. 


* Ya sabrán las bellas madres en qué piensan sus adorables esposos que escriben cuando absortos observan jugar a los niños durante horas…


                                                                                                           César A. Pacheco