Si te cruzas con algún fantasma aquí adentro, simplemente ignóralo; pero si se pone fastidioso, recítale algún verso en voz alta, que con eso será suficiente... (Si te toman por loco, no es culpa mía.)

martes, 26 de febrero de 2013

Cristales del destino



Al otro lado de un espejo helicoidal que gira velozmente, reflejado en una de sus infinitas hélices, un fantasma herido derrama roja sangre. En otra de las aspas cristalinas, una flecha es lanzada… En otra, un caballero aún monta su corcel; trescientas veintidós millones de aspas hacia la derecha o arriba, ese mismo caballero (otrora fantasma, serpiente, barco…)  ha conquistado el mundo. Sin embargo, en alguna azarosa aspa, la flecha lo ha matado.
Si acaso las laboriosas manos de algún demiurgo o dios o demonio dejaran de impulsar la impensable maquinaria, si los imposibles cristales dejasen de girar, el universo entero acabaría… 


                                                                                                                      Rashek


* Este texto pertenece a una serie de microficciones que he registrado bajo el nombre "De este mundo y de los otros".


sábado, 23 de febrero de 2013

Sesenta y seis palabras



Sesenta y seis son las palabras que contiene el texto que ajusticia. Leerlo es  abrir oscuras puertas de pesadilla, una grotesca compuerta al mundo de los demonios. Al llegar al punto final todo está perdido. No hay talismanes, no hay esperanzas. No rías, no es un juego. Tú y sólo tú, que lees estas palabras, eras aquel Jarf Hisugh, que mató a Daemon Khiphtess. Atrapado estás.
             

                                                                                      Rashek



viernes, 22 de febrero de 2013

Vacuidad




Un oído que entiende que lo más preciado es el silencio. Un alma que se siente acompañada en la implosión de su mismidad. Una mano que comprende que escribir palabras es un acto del todo fútil, casi miserable: todo acto memorable ya ha sido escrito. Entonces, estas líneas necesariamente se esfuman… se disuelven en el olvido…

                                                                                                          Rashek


* Este texto pertenece a una serie de microficciones que he registrado bajo el nombre "De este mundo y de los otros".






miércoles, 20 de febrero de 2013

Duende del Aqueronte



Una íntima rosa
Llena de obscenidades
Escupe luz a chorros
Como goterones lentos
De tu alma
En un acto sublime de impudicia
Trascienden la piel y los jadeos
Una pezuña se hunde en tu pecho
Perfora tus fantasmas interiores
Los arrastra, los demuele
Los apacigua.

Poblados incesantes
Se escurren
En la tormenta temblorosa
De tus muslos
Hormigas que barren
Con escobas de luz.

Hay, cruzando
El Aqueronte de tu deseo
Un duende oscuro
Te cuenta sonrojado
Que se bañaba en sus aguas.


                                           Desde las catacumbas de mi alma, Rashek.






viernes, 15 de febrero de 2013

La enamorada pertinaz



En vano intentas explicarle que las cosas han adquirido un cariz extraño, que no debieran ser así, que es inútil insistir. Ella te mira, como no entendiendo, acaso distraída, evanescente por momentos. Y es, por momentos también, que recuperas fuerzas sólo para evocar palabras a modo de hechizos, y que terminan siendo plegarias desbordadas de ademanes obscenos. «La niña -le dices en voz baja, mientras ladeas el cuello- ya no quiere verte». Gesticulas, ruegas, giras en tu eje, gimoteas, mientras lentos y callados transeúntes te observan al pasar por la calle angosta. «Yo he superado por fin, nuestra separación, quiero comenzar una nueva vida», le imploras. Esta escena se ha repetido hasta el cansancio; una cinta desgastada de un viejo cinematógrafo envolviéndote el pescuezo, una tenaza dilacerándote el alma. Lloras, desconsolado. Entiendes que nada conseguirás multiplicando súplicas. Entiendes que ella volverá a golpear a tu puerta, y que sus golpes retumbarán en tu cabeza como una maza obsesa y lacerante. Destrozas, flameado de ira, un ramo de rosas que llevas en la mano. Se lo tiras a ella, que lo esquiva sin mover un músculo. Sientes el tenue golpe de un pétalo, la dureza de ciertas espinas tronando... contra la fría losa de su tumba.

                                           Desde las catacumbas de mi alma, con amor... Rashek.


Para aquellos que quieran escuchar el audio del cuento, les dejo la grabación a continuación, no sin antes pedirles las disculpas del caso, dado ciertos inconvenientes técnicos que he tenido con mi pequeño y difícil micrófono. Además, sabrán disculpar los visitantes de otros países, el abuso de un arraigado yeísmo, tan característico de estas tierras.










domingo, 10 de febrero de 2013

Luna de mármol


LUNA DE MÁRMOL


 Porque la vida del ser mortal está en su sangre,
y yo les di la sangre como un medio para rescatar 
su propia vida, cuando la ofrecen en el altar; pues
 la sangre ofrecida vale por la vida del que ofrece. 

                                                                          Levítico  17:11

     

Extraña condición de la mente la que permite, a veces, la supremacía de una idea por sobre todas las demás; de modo tal que termina transformándose en una lanza incandescente, que atraviesa el cerebro de lado a lado dejándolo inútil para transmitir otras imágenes u otras sensaciones. Tal es la naturaleza de la obsesión.
Las noches de luna y mi amada Stella: dos obras de arte conjuradas por un espíritu divino, a quien con esmero y sin pausa me  propuse emular. 
Esta conclusión se hilvana en mi pensamiento, ahora que comienzo a recordar que he sido víctima de una gran obsesión. Justo ahora, que al observar extático la noche contenida en un bello manto de estrellas, me reconozco en viejas imágenes, pintando infinitas noches de luna sobre un viejo lienzo o escribiendo rimas interminables y apasionadas inspiradas en Stella, mi gran amor.
   ¿Es acaso, este gran dolor que me dilacera el alma, este brutal desasosiego que me invade, producto de mi entrega total a ese amor sin límites?
   Todo esto pienso, mientras una de mis manos dibuja con fuerza un puño flameado de impotencia; la otra (que se sabe infamada) carga con el peso brutal de mi pasión. 
  
¡Oh amada, son tus ojos el negro espejo
 del sin reflejo y de la pasión!

¡Oh amada son tus cabellos evanescentes
 el manto de mi lujuria y mi fortaleza!
Imagino tu cuerpo, envidia de ángeles
contorsionarse en convulsión de amante
 ante el mutismo de las sombras
que acallan sin comprender tu magnificencia
 de hembra y de estandarte
de la perfección divina...

Y un latido retumba en tu pecho
 tapizado de rosas pálidas
forzando a una lágrima infinita
 a rodar errante por mi rostro
que no logra dibujar tu silueta
 en su tenue recorrido
de mundos circulares e invertidos
  y multiformes...

  Sin duda, pienso, nuestra sospecha de Dios es de índole estética: la belleza de la noche, la luz de una luna de mármol reflejada en el espíritu milenario de un bosque, de una planicie o de un desierto, son claros ejemplos de esa naturaleza pretérita que refleja -o que parece reflejar-  a la divinidad.
  Pero en tanto nos sumergimos en la dimensión de lo humano, pronto aparecen el sufrimiento, la desdicha, la incomprensión, la traición. Y surgen así nuestros interminables calvarios, y por toda respuesta encontramos al final del camino, el silencio o la ausencia.

¡No ha podido un solo dios construir
 tus infinitas virtudes y complejidades!
Sólo una danza de infinitos dioses
 pudo haber enlazado tus curvas
 y tus labios y tus ojos y tu pelo y tu sombra
Y como una alfombra,
  de sordos pétalos 
de un millar de rosas entretejieron incansables
 los dioses tu efímero tul
para lograr tapizarte con esa piel embriagadora...

  Recuerdo que ese día (¿fue hoy?) no respeté horarios prefijados. Más me hubiese valido respetarlos. Atravesé el jardín, sin ruido y sin sombra. Abrí lentamente la puerta vaivén para que la llave, de un giro, traspasara la puerta principal. Subí las escaleras. Aún escucho los ecos del leve crujir de los escalones, y de ciertos jadeos sordos e inmundos provenientes del dormitorio.
  No fui sospechado. Los observé atónito desde la oscuridad ficticia levantada por una ochava de pared. Todavía veo a Stella, a mi amada Stella, enlazada en los brazos de su amante. Humedades, pelos y perfiles jadeantes reconstruyen, una y otra vez, la escena en mi cabeza, sin piedad.
  Los dejé concluir con su infamia. Me mantuve oculto un largo rato; entonces el hombre se vistió y, como quien ha conquistado un trofeo o cumplido con una misión impúdica, se retiró portando una sonrisa suficiente, que sospeché maliciosa, cruel. Dejé que se marchara: decreté su inocencia. No era culpable por sucumbir ante la belleza de Stella. En cambio, ¿qué decir de mi amada?

  Entré al cuarto. Con sorpresa y, acaso invadida por la vergüenza que despierta una traición desnuda, Stella se sobresaltó.
   —Hola, amor mío —le dije, en tono afable—, ¿cómo estás?
  Ella quiso hablarme, pero lo intentó sin voz. O con una voz ahogada. Un par de  hermosos ojos se le escapaban de sus órbitas.
   —No te avergüences, amor, tal vez… —hice una pausa deliberada— ya sea tarde para eso.
  Me senté a su lado. Le acaricié el rostro con una lentitud sacrificial. Sus bellos ojos se apaciguaban, y lentamente también trocaban en brillo. Todo transcurría en cámara lenta.
   Sus hermosos ojos, ya envueltos en la penumbra, me obligaron a confesar:
  —Tantos poemas les he escrito —dije, mientras los circundaba con mis dedos—, y también a tus cabellos, y a tus manos... —Tomé sus manos fuertemente entre las mías—. Ven conmigo —le imploré.
 La conduje hacia la ventana. La noche ya caía o nacía, y dibujaba la luna a través de los vidrios. En ellos, refulgía con más fuerza.
   —Es la noche una gran artista —murmuré—, y es la luna su obra sublime.
  Silencio. Profundo silencio.
   —La luna es casi tan bella como tus ojos —advertí, haciendo otra pausa—. Si los ojos son el espejo del alma, la luna es el espejo del alma de Dios.
Stella temblaba. Comenzó a sollozar, advirtiendo o presintiendo el hecho innegable de que una gran calma precede y anuncia una gran tormenta.
   La atraje hacia mí y la abracé con fuerza.
   —¿Será que al amar tanto a la luna también te he sido infiel? —dije con ironía y, seguramente, con un  rostro sombrío y transfigurado—.  Ambas son mi obsesión —concluí. —Estas últimas palabras resonaron afiladas.
  
¡Tus ojos y la noche,
tus cabellos y la luna,
las sombras y la sangre: lunas de sangre,
ojos traicioneros, perra diabólica, oh amor mío!

   —Es bello mi poema, ¿no crees? ¿No lo crees? ...—la interrogué, acelerando y aumentando cada vez más el tono rugiente de mis palabras—. Tú y la luna, tus ojos y la noche, tus cabellos y la sombra. La traición y la sangre. Infinitas combinaciones. Infinitos amores: infinitas traiciones.

  Entonces me pareció, al observar la luna, de soslayo, que cobraba vida; es decir, que su rostro de piedra o de mármol me miraba con odio, con furia, y que esa fuerza inmanente en mi perla redonda y amada, nacía en mí y me obligaba a dejar escapar, de una vez, mis propios odios. Abyecto, sentí calor: el de un fuego provocado por los celos de su perfecta redondez nocturna.

 Es como una pesadilla diabólica y aberrante
el querer abrazarte cuando veo tu cuerpo
incendiarse entre mis manos...
Y pierdo tu piel y pierdo tu rostro y tu pelo...
¡Y tus ojos, tus brillantes y redondos ojos!


  En verdad la noche es maravillosa. La luna, en incendio concéntrico, flamea sobre un pedazo de cielo, mientras las pezuñas del silencio la afantasman aún más.
  Brillan estrellas, que son testigos, de mi dolor y mi desdicha. El jardín, rodeado de árboles frondosos, intenta contener en imágenes, que se desdibujan, los recuerdos y las risas y las complicidades de un  amor que fue y que, acaso, ya no será.

 Por amor la maté,
 no sin antes hacerla sufrir.
 Por amor le abrí las entrañas.
 Por amor me bañe con su sangre,
 en orgía satánica y brutal,
 para purificarme y para purificarla.
 Para que a través del sufrimiento,
 en vano juego ilusorio,
 alcanzáramos la eternidad....
 Como un artista fatal le dibujé el pecho:
 una vieja daga,
construida con la herrumbre de lunares dioses incendiados
 fue el instrumento sagrado. 
(Versan ciertas religiones de la antigüedad
 sobre el alma contenida en la sangre.)
 Yo quería poseer su alma.
Y no habiendo podido ser el único,
 quise ser el último...

Y todo es dolor, y llamas, y llantos
Y cuchillos, y entrañas y sangre...
Y amor de cuerpos amantes...
Seré el último en hacerte el amor.
Aunque estés inmóvil o mutilada o fría...
Danzando entre tus entrañas, mi bella mujer lunar,
por última vez, serás mía...

   Sin duda,  los dioses se intuyen mejor en la unión de los amantes. Sin duda, los dioses se intuyen mejor en la inmovilidad de la noche. Y oigo grillos cortesanos a lo lejos. Y el silbido de un viento leve rozándome la cara. Y observo mis pies: un lento escarabajo -como un gladiador furtivo- se abre paso entre la tierra removida, sin sospechar (ya que los insectos forman parte de ese maravilloso y selecto mundo de los seres inmortales, de los que no sospechan la muerte; de los que viven en la eternidad del instante, sin tiempo) que  a un metro de distancia y de tierra y de lombrices se halla el cadáver, aún tibio, de mi amada.

   Por último, la luna de mármol dibuja el perfil del rostro de mi amada, pues, como un trofeo, su cabeza mutilada cuelga de sus hermosos cabellos, atrapados violentamente entre mis dedos; y dada la belleza estética de los dioses, las cuencas de sus ojos aún los contienen, hermosos y letales.

¡Oh amada, son tus ojos el negro espejo
 del sin reflejo y de la pasión!...


                                                                                         César Augusto Pacheco 




lunes, 4 de febrero de 2013

Clepsidra inaudita



Cuando al caer la noche
Un viejo tul distorsione
Con su manto póstumo
De esperanzas diurnas
Las viejas ironías
Y los certeros simulacros
Entonces podrás ver
Lo que no muestran los ojos
Lo que no presagia el tacto.
La campana flácida de la mentira
Tañerá  insensateces
Y En su vanagloria intemporal
Podrán sus huestes dibujar acaso
El porvenir de tu vientre
El alud de tus gemidos
Internalizados en espantos
Y en odios
De pantera nocturna
De clepsidra inaudita
De hembra poseída
Por el gemido de una estrella
O el aliento de un lobo hambriento
De amor y de sombra…

El silencio brutal de planetas
Fagocitados por el tiempo
No podrán olvidarte
Cuando al verte desnuda
Frente al espejo de la noche
Tus pechos dibujen
En las tinieblas del deseo
La necesidad de aparearse.

El mismísimo silencio
O las umbrías pretéritas
De ángeles ya muertos
En el olvido de los dioses
Querrán,
Suplicarán
Saborear tu sangre
Degustar con avidez
El néctar etéreo,
Del semblante curvo
Donde mueren tus piernas
Y que como una blasfemia
Mana de tu vientre
Para embriagarlos
Y desgarrarles su pureza.

Arrancados del paraíso
Renacerán en tu nocturnidad
Como hacedores ocultos
Del ansia de los hombres

Víctima fatal
De ese resurgir angélico
Y profano
Brotará en mí
Carcomerá mis entrañas
La necesidad funesta
El siniestro deseo
De morir, de disolverme
En ti, mi fantasma
Mi perdición, mi secreto.

Me alzaré entonces,
Como ángel olvidado
O demonio
Que enamorado de tu recuerdo
Habitará en las inmensas oscuridades
De tu eternidad
Quimera del tiempo. 

Desde las catacumbas de mi alma, con amor, Rashek



Adjunto a continuación el audio del poema recitado por mi, para quien guste escucharlo: